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Vida en el Campus
Mi experiencia en el Colegio Mayor
Centrándonos en la vida del campus de la Universidad, los protagonistas son, sin duda, los Colegios Mayores. Estos establecimientos en los que la mayoría de estudiantes de la Universidad pasan al menos dos años de su carrera constituyen una parte fundamental de la Universidad y han servido desde hace mucho tiempo para crear amistades para toda la vida y fomentar un hábito de estudio y de comunidad, que raramente tenemos los estudiantes en nuestro primer año de carrera.
Podría explayarme mucho contando las cualidades y la historia de todos los Colegios Mayores de Pamplona, sin embargo, para darle al lector una idea de las auténticas experiencias que ofrece el Colegio Mayor le ofreceré el punto de vista y los testimonios de estudiantes de mi Colegio Mayor (Santa Clara) así como el mío propio.
La llegada a un Colegio Mayor después del largo y agotador verano es siempre emocionante y catastrófica. Niñas empujando maletas arriba y abajo, decorando corchos, mirando de reojo a sus futuras compañeras y adaptándose a un nuevo hogar habiendo abandonado el suyo propio apenas hace unas horas.
Las primeras horas que yo y mis compañeras vivimos en Santa Clara las pasamos con un cartelito de color colgado de la camiseta, con nuestro nombre y carrera, como si no lleváramos ya escrito en la frente el cartel de “NOVATAS”.
La primera vez que nos tumbamos por la noche en la cama de Santa Clara la cabeza estaba a punto de estallarnos intentando recordar todos los nombres, caras y procedencias de nuestras compañeras.
Los días siguientes fueron un caos. El acordarse del número de habitación, aprender a poner una lavadora sin hacer explotar el aparato en el proceso (la mayoría no habíamos puesto una en nuestra vida), el acordarse del nombre de las monjas (más tarde, casi todas desistimos y empezamos a llamarlas a todas “hermana”), el acordarse de los horarios de las comidas y de los buses y además el esfuerzo constante de ser simpática con todo el mundo para hacer nuevas amigas resultaba agotador. Las intimidantes miradas de las veteranas tampoco contribuían a calmar los nervios.
Sin embargo, a medida que fueron pasando las semanas, nos fuimos acostumbrando al ritmo de la universidad, los grupos de amigas ya se iban definiendo poco a poco, las caras de las monjas ya nos resultaban totalmente familiares y las puertas de las habitaciones ya estaban abiertas de par en par para recibir a constantes visitantes que entraban y salían como quien no quiere la cosa. Las broncas de las monjas se podían oír ya hasta altas horas de la noche pidiendo silencio y enviando a chicas de vuelta a sus habitaciones.
A pesar de todas las cosas buenas que el Colegio Mayor puede aportar a sus estudiantes, muchas empezamos a darnos cuenta que eso no era como estar en casa. La norma que obliga a las alumnas de primer año a volver al Colegio los viernes a la una y los sábados a las dos no permitía a las alumnas experimentar “la noche pamplonesa” plenamente. Sin embargo, a pesar de unas primeras quejas acabamos acostumbrándonos a ello y supusimos que en mayo lo agradeceríamos, cuando no volviésemos a casa con más suspensos que aprobados.
Tras estos tres meses viviendo en un Colegio Mayor puedo decir que mi experiencia ha sido más que satisfactoria y que con todas sus desventajas, Santa Clara se ha convertido en un hogar para mí.
